Sirât, Travesía emocional y visual
- Pepo Nágera
- 14 ago
- 2 Min. de lectura
La primera vez que escuche hablar sobre esta pelicula fue cuando mi hermano me dijo que su empresa colaboraba con los vehiculos militares en la pelicula u no me imaginaba que iba a dar que hablar tanto.
Cuando Sirât debutó en Cannes 2025, dejó claro que no era una creación más: ganó el Premio del Jurado, compartido con Sound of Falling, y cautivó con una atmósfera radicalmente intensa, desde el primer plano, una rave abruptamente interrumpida por soldados, hasta la icónica imagen de una escalera láser hacia el cielo proyectada sobre una loma rocosa.

La película sigue a un padre (Sergi López) y su hijo (Bruno Núñez Arjona) adentrándose en el desierto en busca de la hija desaparecida entre raves clandestinas.
La elección de actores no profesionales (raveros reales) inyecta autenticidad al elenco, y confiere al film una vibración orgánica y conmovedora .
No podemos no hablar de Bruno Núñez, que en Sirât se marca una interpretación tan auténtica que dan ganas de adoptarlo al salir del cine. Si en La Mesías ya nos dejó con el corazón blandito y la mandíbula desencajada por su naturalidad, aquí sube el nivel: mezcla la mirada inocente con la resistencia de héroe de videojuego en modo difícil.

Con Mauro Herce en fotografía y Kangding Ray en la banda sonora, Sirât se siente como un ritual sensorial. Herzog y Mad Max se cruzan en su ADN visual, pero sin efectos posmodernos: solo el desierto desnudo, cuerpos que resisten y sonido que te atraviesa.
Como toda obra que no busca complacer, Sirât polarizó las críticas. Algunos la elogiaron por su intensidad, mientras otros la calificaron de fallida . La narrativa puede sentirse confusa, pero al final no lo recuerdas, y como si de un concierto se tratara, al final recuerdas la experiencia.
Sirât no es una película: es un viaje. Uno que empieza como una búsqueda desesperada de una hija desaparecida, y acaba en un lugar que no sabías que existía.
Óliver Laxe te mete en un trance con arena en los dientes, música que retumba en las costillas y silencios que hacen más ruido que cualquier diálogo. Visualmente es de otro planeta, pero lo que más me tocó fue cómo habla del dolor, de ese que se arrastra, se bebe y se baila,si hace falta, con botas llenas de polvo, esas botas que toda buena influencer lleva a todos los festivales.

Sergi López está enorme, y no solo por lo bien que le queda el desierto: su mirada lo dice todo. Bruno Núñez Arjona, que ni actor es, te deja seco en más de una escena. Y luego están ellos, los raveros nómadas, que parecen salidos de una rave postapocalíptica y resultan ser lo más humano y real que verás este año.

Sirât es una experiencia no apta para todos los publicos, es cine que te sacude, te inquieta y te suspende en la intemperie emocional. Una oda a la búsqueda, interna y externa, que funde libertad y pérdida en un mismo paisaje desértico.
Sirât es como si Mad Max hubiera hecho Erasmus en Marruecos, se hubiese apuntado a clases de filosofía y le hubieran dejado una cámara de autor. Sales del cine sudando, medio perdido…
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