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... Lo de Nosferatu: ¡UN BIGOTÓN!

  • Vic Mc Gil
  • 6 may
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 12 may

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Sinceramente, llevo dándole vueltas a esto de Nosferatu demasiado. Esto debe llegar a su fin. Me he sentado frente al ordenador y he empezado a escribir el artículo unas tropocientas veces. En cada intento, he utilizado una máscara diferente con el fin de aclarar ideas (y lo llamo así porque, en cierto punto, llegué a pensar que parecía un caso de trastorno de identidad disociativo).

 

La primera máscara que me puse fue la de alguien a quien le gustó la película y con ella escribía: 

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“Después de haber visto el Faro en 2019 en el Festival de Sitges, etiqueté a Eggers como un gran creador de imágenes y atmósferas potentes, pero cuya narración no acababa de funcionarme. Con esa actitud, solo podía ir con el cuchillo entre los dientes a ver su nueva película. Pero solo bastó la primera secuencia para hacerme tragar mi arrogancia y levantar una ceja al estilo Spock, mostrando sorpresa."

¡Cachis! No puedo decir lo mismo del resto. El tercer acto me aburrió un poco. Así que probé con el antifaz donde el filme de Roberto el Huevero no me acababa de convencer. Decía cosas como esta:

“Robert Eggers intenta actualizar una de las obras del cine silente con imágenes tan potentes que han logrado sobrevivir en el imaginario cultural. A nadie se le escapa la sombra del Conde Orlok subiendo la escalera. Aunque esta nueva versión incluye imágenes que, con el tiempo, podrían confundirse con las del original, no deja de ser una adaptación cumplidora y poco más.”

 

¡Mentira! Hay cosas muy molonas. Entonces, decidí darle la oportunidad a la careta de la tercera vía, la de ni chicha ni limonada. Leamos lo que redactaba:

“Eggers con esta nueva adaptación pisa un barrizal que muy pocos se han atrevido a explorar. En mi opinión, el director opta por trazar una línea paralela a la obra de Murnau pues no quiere repetir imágenes icónicas, pero tampoco se despega del camino marcado por el original. El espectador neófito podrá disfrutarla y el veterano completista tendrá una cinta más en sus estanterías.”

 

¡Aburrido! Pero hay algo de cierto, pues, a veces, puedo estar de acuerdo conmigo mismo. Por último, probé a ponerme un bigotón gordo como el de Tom Selleck a lo Magnum, pero eso lo hice por diversión, ya que el Carnaval había empezado.


Si te estas preguntado: ‘Vic ¿dónde carajo quieres llegar?’, primero debo felicitarte por haber leído hasta aquí;  todavía queda un largo camino. Ahora respondo. La idea de crear este blog es, simplemente, entretener y, como reza la cabecera de la web, hablar del cine como en casa. A veces en la vorágine de querer ofrecer algo mejor, esto puede olvidarse. Por tanto, aquí no encontraréis una crítica ni sesuda ni profesional.

 

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Ahora bien, en este inicio de artículo, hecho de retales como el monstruo del Dr. Frankenstein, ¿cabe la posibilidad de que esté de acuerdo con cada uno de los pedacitos que lo componen y no esté loco?

 

La respuesta es fácil. Sí, es posible si entiendo esta película como un mero entretenimiento, porque te hace pasar un buen rato, siempre y cuando el terror sea lo tuyo. No todo tiene por qué ser una experiencia única que nos cambie la vida. Así que, como pasatiempo, se marca como vista y a otra cosa.

 

Pero, en cuanto empiezo a rascar un poco sobre la película, reconozco los ladrillos sobre los que está construida. Apenas difiere de la obra original de F.W. Murnau (1922) o de la de Werner Herzog (1979), aunque esté ornamentada con algunos guiños a otras versiones de Drácula.

 

Es aquí donde me enfado (y eso que ya he dicho que esto es un entretenimiento). Me explico: el año pasado, Coralie Fargeat cosió La Sustancia (2024) a base de retales visuales inspirados en otras películas para ofrecer una nueva interpretación del Retrato de Dorian Gray, y el año anterior, Yorgos Lanthimos, basándose en una novela, deconstruyó a Frankenstein en Pobres Criaturas (2023) transformándolo en la carismática Bella Baxter, quien narra sus aventuras dentro de un cuento visualmente fantástico. En ambos casos, el resultado fue una propuesta con elementos originales que podrán gustar más o menos, pero que, en definitiva, aportan algo distinto.

 

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Si Eggers fuera un director novel y esta Nosferatu fuera su ópera prima tendría todos mis aplausos y elogios porque, insisto, el metraje es disfrutable. Pero el realizador de la La Bruja (2015) y El Faro (2019) es aupado por sus fans y por parte de la crítica por su talento. Entonces, ¿no deberíamos pedir algo más? Tengo la sensación de que esta reinterpretación está vacía como los live-action que realiza Disney y gritan: ¡Pasen por caja!

 

Vale, aquí puede que me haya pasado, pero, no pienso darle a la tecla de retroceso para borrarlo. Creo que podemos estar de acuerdo en que las relecturas que hace la casa del ratón de sus películas animadas están vacías, y la Nosferatu original es una obra con más de un siglo a sus espaldas. En principio, una nueva adaptación podría ser interesante, ya que hay elementos que han quedado obsoleto, no solo en la actualidad, sino también en su propia época. Por ejemplo, la secuencia acelerada del Conde Orlok apilando ataúdes sobre el carruaje ya entonces causaba hilaridad, pues ese recurso visual se empezaba a asociar a la comedia y, por lo que he podido leer, algunos proyeccionistas la cortaban.


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Las cosas que más me gustan de la película se encuentran, en su mayoría, en el apartado audiovisual, dejo el apartado fotográfico para más adelante. Me parece un acierto el cambio del Conde, que esconde (no lo he podido evitar), a parte de un bigotón y un tripode, un irreconocible Bill Skarsgård, la voz de ultratumba en las comunicaciones telepáticas y las imágenes perturbadoras que transmiten inquietud y terror. Todos estos elementos refuerzan la atmósfera opresiva de la película, en la que Eggers es un maestro. Si hay algún director que le iba como anillo al dedo adaptar esta obra, era él.

 

La parte narrativa es lo que más me apesadumbra. Es demasiado deudora de las dos anteriores y me cuesta empatizar con los personajes, hasta tal punto que, en el tercer acto, mi entretenimiento consiste en adivinar quién morirá y cuándo Nosferatu matará a los dos niños, más que seguir la trama en sí. En este sentido, creo que, en parte, se debe a la duración del metraje pues se añade una hora más al original. Mientras Herzog ahondaba más en la plaga que asolaba la ciudad, eso sí, a su estilo, Eggers apenas la sobrevuela con la sombra de una mano, visualmente poderoso, pero considero poco arriesgado no tratar el tema.

 

Sin abandonar lo narrativo, personalmente, el cine me funciona mejor cuando muestra en lugar de explicar. Soy del equipo ‘show, don’t tell’, incluso cuando no salga bien. Desde esta perspectiva, hay dos tendencias que me chirrían y que, también, están presentes en Nosferatu.

 

La primera es la pérdida de las elipses narrativas en favor de una estructura capitular. Es cierto que la versión original ya era compleja con sus cinco actos. Pero, por ejemplo, Furiosa, de George Miller, con el mismo número de capítulos no prescinde de este recurso y lo usa para dar un salto en el tiempo con el crecimiento acelerado de un árbol en un risco de la Ciudadela, y quién sabe, a lo mejor se está ahorrando una cartela sosa que reza: “10 años después”.

 

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Segunda idea: la sobreexplicación. Cuando esto sucede, me revuelvo en el asiento como la niña de El Exorcista. Gran parte de mis quejas vienen del personaje interpretado por Willem Dafoe, el Profesor Albin Eberha. Entre las joyas de este personaje está volver a explicar cómo se debe matar a Nosferatu y, la que más me escama, es hacer explícito el subtexto de la película, el enfrentamiento del mundo arcaico y el moderno.


Vic, ¿no te olvides de la fotografía que recrea esa atmósfera agobiante? Sí, ahí me has dado y me gusta. Como no soy un experto no voy a entrar a discutir si el trabajo homenajea al original. Uno, que ya ni peina canas, ha escuchado alabar exclusivamente a otras cintas por la fotografía, como Barry Lyndon (1975) o El Imperio del Sol (1987), ambas técnicamente perfectas, pero que me resultan aburridas. Quiero adelantar mis disculpas a los fans del director tailandés Apichatpong Weerasethakul, el apartado visual se agradece, sin embargo, no voy al cine solo a contemplar imágenes. 

 

En resumen, mi opinión sobre esta nueva versión navega en la mar de la indecisión. Espero que con el tiempo pueda apreciarla más, me voy a esforzar, porque a mí, ‘lo de Nosferatu’ me gusta. Destaco su apartado visual y la atmósfera opresiva, característico del sello de Eggers, pero me decepciona su apego a las versiones anteriores. Como entretenimiento me funciona, tanto es así, que si tuviera que ordenarlas de mejor a peor sería: primero la de Murnau, segundo la de Eggers y tercero Herzog.


¿Escucháis eso…?

 

  “…es el canto de gallo, me desvanezco, y por fin, acabo esta reseña.” ∎

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